12/05/2020

Por: Edgar Ordoñez, profesor de cátedra IBIO

Antes que nada, quiero presentarme. Soy Edgar Ordóñez, trabajo como neurocirujano, profesor asistente de neurocirugía en el Hospital Infantil Universitario de San José (HIUSJ) en la ciudad de Bogotá. Recientemente, me he unido como profesor de cátedra en el Departamento de Ingeniería Biomédica en la Universidad de Los Andes. En estos cargos mis actividades laborales son muy variadas, desde dar clases virtuales, hacer investigación, hacer consulta y operar urgencias neuroquirúrgicas. Dentro del ámbito hospitalario, tanto neurocirujanos como los residentes de neurocirugía (quienes son médicos especializándose en neurocirugía), nos exponemos constantemente a riesgos biológicos por el necesario contacto que exige nuestra especialidad. Son pocas cosas las que podemos resolver de forma virtual ya que el examen clínico es fundamental para una evaluación adecuada de los pacientes.

A raíz de la pandemia, todos los procedimientos programados los hemos dilatado en la medida de lo posible dependiendo de la enfermedad de cada paciente. Sin embargo, como podrán imaginar hay muchas cosas que no pueden esperar como, por ejemplo: un tumor que esté dejando a un paciente ciego, un tumor gigante que esté aumentando la presión dentro del cráneo, infecciones graves o hemorragias cerebrales, entre otras. Desafortunadamente, en la mayoría de estos procedimientos se producen aerosoles por los que el SARS-CoV-2 puede viajar y ser un medio de contagio de COVID-19. Por este motivo, nuestras cirugías se han convertido en una lucha constante para poder respirar y poder ver bien durante el procedimiento. En estos escenarios necesitamos usar caretas, respiradores con filtros de alta eficiencia, monogafas herméticas, escafandras, dentro de otros equipos de protección personal (EPP) con el fin de proteger a nuestros pacientes y a nosotros mismos.

El riesgo constante de enfrentarnos a situaciones de contagio representa una carga emocional importante que tenemos que manejar a diario. Salir de nuestras casas, volver y saber que no podemos estar en contacto con nuestros seres queridos, es posible, al motivarnos con lo gratificante de poder ayudar a nuestros pacientes. Siempre hay que ponerse en los zapatos del prójimo. No podemos saber si el día de mañana estamos nosotros al otro lado de la barra y convertirnos en pacientes. Desafortunadamente a pesar de estos riesgos en la mayoría de los hospitales ha sido muy difícil conseguir que las instituciones prestadoras de salud (IPSs), las empresas prestadoras de salud (EPSs) y las aseguradoras de riesgos laborales (ARLs) cubran los gastos de todos los EPP que requerimos en cada uno de los diferentes escenarios a los que estamos expuestos a diario. Esto ha generado en todo el mundo, incluido en Colombia, que el personal de la salud represente un porcentaje importante de las personas que contraen la enfermedad.

Con el apoyo del del Departamento de Ingeniería Biomédica de la Universidad de los Andes hemos logrado conseguir donaciones de EPP al personal de salud del hospital San Francisco de Asís, el único hospital departamental de Quibdó de segundo nivel, donde no cuentan ni siquiera con unidades de cuidado intensivo. Quiero invitarlos personalmente a que pensemos que esta situación desafortunada y que cambia constantemente nos afecta a todos, pero que siempre hay alguien que puede estar peor, todos podemos ayudar a los más necesitados. Donar no implica dar plata, puede ser alimentos o EPP para el personal de salud, los interesados me pueden contactar en mi cuenta de Instagram @dr.edgarordonez.

Les deseo mucha salud a ustedes y a sus familias especialmente durante esta pandemia. ¡Cuídense mucho y en lo posible quédense en casa!

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