Por Andrés Fabián Fajardo Jossa
Ingeniero biomédico, estudiante de las maestrías en Inteligencia Artificial y Salud Pública – Universidad de los Andes
Recuerdo con claridad el día que me topé con la convocatoria. Era 2013, estaba en mis primeros semestres en la Universidad de los Andes y vi un cartel anunciando un concurso para diseñar el nuevo logo del Departamento de Ingeniería Biomédica. Era abierto a toda la comunidad uniandina. Eso, en lugar de motivarme, me hizo dudar: ¿cómo competir contra diseñadores, profesores y gente con años de experiencia?
Pero algo en mí insistió. Tenía curiosidad. ¿Y si probaba suerte? ¿Y si esto servía como una prueba personal para saber si tenía lo necesario para el diseño gráfico? Así que lo hice. Me senté frente a mi viejo portátil con Windows 7, 2 GB de RAM, y abrí los programas que conocía: Paint y Word. Sí, Word. Esa fue mi caja de herramientas para construir desde cero el primer logo de IBIO.
La idea de una mano me llegó rápido. La ejecución… no tanto. Sin saber que lo más sensato era comenzar con bocetos a lápiz, me lancé a trabajar directamente en la pantalla. Pixel a pixel. Corrigiendo, borrando, improvisando. Era un trabajo artesanal, guiado por intuición, sin referencias de diseño, pero con una idea muy clara: representar lo que significa estudiar Ingeniería Biomédica.
Imaginaba la carrera como una especie de Iron Man moderno: ciencia, salud y tecnología. Por eso, dividí la mano en dos mitades. Una robótica, en tonos azules y con detalles de protoboard y piezas mecánicas. La otra, más humana, con los tonos rojos que evocan los tejidos musculares. Y en el centro, el ADN como símbolo de la esencia biológica de IBIO. Sé que no tiene el número preciso de bases, pero era un guiño, una invitación a imaginar todo lo que podemos intervenir desde la genética.
Pasaron los años. El logo original empezó a usarse, pero yo seguía viendo detalles por mejorar. Y seguí trabajando en él. Mejorándolo. Refinando líneas, ajustando colores, limpiando formas. Para 2025, ya como egresado, con más herramientas (y más RAM), retomé el diseño con Affinity Designer 2 y la guía de personas del Departamento como Juan José Rubio, Angie Henríquez y David Bigio. Ellos aportaron observaciones clave, y gracias a eso, la última versión es más madura, profesional, coherente con la identidad gráfica de IBIO.
Llegué a hacer más de 100 iteraciones. Buscando equilibrio entre forma, mensaje y estética. Quería que el logo representara todo lo que es IBIO: una suma de disciplinas que, al integrarse, crean soluciones que mejoran vidas. La mano se convirtió en símbolo de esa sinergia. No solo es una imagen, es una declaración: esto es lo que somos y esto es lo que podemos construir.
Más allá del diseño, este proceso fue también una forma de conectar con algo más grande: con esa familia IBIO que crece, evoluciona y deja huella en cada paso. Ponerle cara a lo que somos, en forma de logo, fue mi manera de decir gracias, de dejar un pequeño legado y de recordarme —y recordarnos— que cada quien puede aportar, desde lo que sabe, a construir lo que queremos ser.