El estrés no es perjudicial per se, es un mecanismo natural que nos ayuda a solucionar situaciones apremiantes como escapar ante una situación que arriesga la vida. El problema es que actualmente estamos expuestos a muchas situaciones de estrés, que no son necesarias para nuestro cuerpo y que no permiten que se den los procesos de sanación en los momentos adecuados. Los hábitos de vida, la mala alimentación, el transporte congestionado y la inmediatez de la información, entre otras situaciones, han generado un cambio en la forma en que nos afectan las enfermedades. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS) alrededor de 300 millones de personas sufren de depresión y 260 millones de trastorno de ansiedad, siendo éstas las principales causas de discapacidad en el mundo moderno.
El síntoma no es lo mismo que la enfermedad, es incómodo y se hace notar; sin embargo, es la alarma de que algo está mal en el organismo. Tradicionalmente la medicina occidental se ha enfocado en la parte física del cuerpo para mejorar los síntomas, aunque eliminar el síntoma no significa tratar la enfermedad. Es posible aproximarse a la medicina desde otra perspectiva, una en el que se tenga en cuenta el contexto, la mente, las emociones y el cuerpo del paciente. Es por esto, que Angie Henríquez, estudiante de maestría de Ingeniería Biomédica e investigadora de la línea genética y genómica comportamental, dirigida por la profesora Natasha Bloch, decidió enfocar su tesis en establecer una relación experimental, directa y tangible entre el estrés y las respuestas fisiológicas y comportamentales asociadas.
Dicha relación se evalúa con la exposición de un modelo animal a condiciones crónicas de estrés. El pez cebra (Danio rerio) es un modelo prometedor en estudios de comportamiento, estrés y ansiedad, ya que permiten realizar medicina traslacional gracias a su alta homología con humanos; estos peces liberan cortisol en situaciones de estrés, la misma hormona que actúa como neurotransmisor en el cerebro humano ante situaciones de tensión.
La investigación se lleva a cabo en el laboratorio de Neurociencia y Ritmos Circadianos, de la Facultad de Medicina, dirigido por la profesora Verónica Akle. En el laboratorio los peces se dividieron en dos grupos, mientras que al grupo uno se le aplicaron diferentes protocolos de estrés, el grupo dos (de control) se mantuvo en condiciones normales. Después de los respectivos seguimientos y evaluaciones, la investigadora descubrió que el grupo de peces estresados presentaba variaciones de comportamiento como la permanencia a voluntad en las zonas blancas del tanque, los peces en condiciones normales prefieren las zonas oscuras para evitar estar expuestos a depredadores. Otro comportamiento que se evidenció fue la tigmotasis, preferencia de los peces para estar cerca a las paredes del acuario o de otros peces, signo claro de ansiedad. Mientras que los peces de control hicieron una exploración generalizada del tanque.
Para medir las respuestas fisiológicas en los peces se realizaron pruebas de regeneración; en las cuales, se realizó un corte en cada aleta caudal de los peces. Los resultados mostraron que los dos grupos son capaces de regenerar la aleta, aunque los peces de control presentan una regeneración más rápida y estable. Hasta el momento la investigadora ha podido evidenciar que el estrés sí afecta la regeneración y el comportamiento en los peces cebra. Trasladando estos hallazgos a humanos, la investigadora reflexiona en que las señales que le damos al cerebro afectan los procesos de sanación y son tan importantes como cuidar la alimentación y el ejercicio.
El próximo paso en esta investigación, es estudiar cómo cambian los niveles de expresión de genes que han sido identificados como marcadores de estrés en el cerebro en peces expuestos a diferentes niveles de estrés. “Nosotros entendemos la realidad basados en estímulos, que percibimos con nuestros sentidos y luego el cerebro los interpreta, de acuerdo a experiencias previas que generan emociones específicas. Las emociones no son incontrolables como pensamos, están asociadas a ese entrenamiento. Una emoción desencadena cócteles de hormonas, señales químicas y eléctricas que luego generan una señalización y una respuesta fisiológica, que se traduce en una expresión génica. Un gen que está en perfecto estado podría generar una proteína en mal estado porque recibe una señal de su cerebro”, explica Angie Henríquez.