De niño, una vez jugué a tirar naranjas a un altísimo panal de abejas que se veía desde una pequeña colina. El panal era grande, colgaba de una rama, y parecía como una ciudad en el aire de la que llegaban y salían pequeñas naves. La idea era derribarlo, como una especie de ataque con misiles. Éramos pequeños y las fuerzas apenas alcanzaban para ver los misiles pasar muy por debajo del objetivo. Un niño que pasaba casualmente, un niño del campo, vio nuestra tarea y sin decir nada, lanzó una sola naranja que entró y salió por el otro lado. Fue un solo disparo, tan certero que ningún artefacto militar hubiera podido igualar la precisión y fuerza del impacto. Unos segundos más tarde vimos como la ciudad se desprendía toda y caía como en cámara lenta. Corrimos, pero no hubo forma de evadir las consecuencias. Las abejas, como si supieran exactamente de lo sucedido, nos siguieron en números desproporcionados. Les cuento el resto de la historia otro día…
El 2020 es mi historia de las abejas, pero a escala global, y mi esperanza es que entendamos y recordemos que el COVID es consecuencia de nuestros actos. El virus no quería invadirnos, así como las abejas no estaban inicialmente interesadas en atacarnos. La lección: el daño al medio ambiente no puede tener ninguna otra consecuencia diferente a que nuestra vida en el planeta se siga deteriorando. ¿Por qué es tan fácil ver la estupidez en mi historia y tan difícil en la escala global? Mientras celebramos la llegada de las vacunas (que es el equivalente a un overol de apicultura), que no se nos olvide porque nos perseguían las abejas.
Mientras tanto, creo que una de las cosas más difíciles de sortear en este 2020 ha sido la sensación de incertidumbre y preguntas constantes y recurrentes aún sin respuesta. ¿Cuánto dura esto? ¿Cuántas personas van a morir? Y eso sumado a la obsesiva contabilidad sobre el número de infectados y muertos, genera el cansancio que sólo debe entender una persona condenada a una larga sentencia pero que desconoce la longitud de su castigo.
Acá les comparto una manera (aproximada y un poco desesperanzadora) de llevar las cuentas: El número reproductivo básico es una medida de la severidad de una infección y permite estimar el tamaño final de infectados (o el número de contagios). De acuerdo con reportes recientes, el número reproductivo para el COVID es alrededor de 2.5. Esto se traduce en casi 90% de contagiados al final. Si asumimos para Bogotá una población de 7.6 millones, eso nos da 6.84 millones de contagios. Ahora, el Infection Fatality Rate - IFR (muertes/ (sintomáticos + asintomáticos)) de la población general se estima alrededor de 2 por 1.000. Eso quiere decir que, al final de la epidemia 2 de cada 1.000 infectados, con o sin síntomas, muere. Para Bogotá, esto se traduce en 13.700 muertes. Ya llevamos 8.600 y vamos en el 63%. No sabemos cuanto tiempo falta, ojalá no muriera nadie más, pero si las cosas siguen igual nos falta 1/3 de esta historia (en contagios).
Me despido con un mensaje de agradecimiento a todo el equipo del Departamento por este año que nos deja más unidos, y, más importante aún, con el orgullo que nos genera la portada de esta edición que demuestra el poder de las mujeres IBIO. Las fotos que ustedes ven corresponden a un grupo pequeño de nuestra comunidad que fue destacado por su trabajo sobresaliente.