Aún recuerdo la sensación que tuve al momento de sustentar por última vez en pregrado, fue mi Proyecto de Diseño 2 (PD) y era lo último que me faltaba para concluir con mis dos carreras (Ingeniería Biomédica y Electrónica). En ese instante me abrumó la pregunta ¿y ahora qué? Comencé a identificar una serie de piezas de rompecabezas que en ese instante no tenían mucho sentido, mis pasiones, metas y objetivos, pero no sabía como volverlas tangibles. Tenía una sola cosa clara, quería empezar a recorrer un camino que pudiera llevarme a impactar positivamente a las personas.
Las oportunidades fueron surgiendo. Por un lado, empezar la Maestría IBIO que me permitiría profundizar en temas que me apasionan como la Neuroingeniería y seguir involucrado en proyectos que me acercaban a mi sueño. Por el otro, me encontré con una iniciativa llamada Programa de Liderazgo en Ingeniería de la Facultad de Ingeniería que se basaba en el modelo de liderazgo de MIT.
En MIT se fundó este programa porque un egresado, después de haber desarrollado múltiples emprendimientos y ser exitoso, notó que todo ingeniero graduado de MIT tiene
las capacidades técnicas necesarias, pero la mayoría no sabe trabajar con gente. Esta misma percepción la tuvo el decano de la Facultad y decidió traer ese modelo de liderazgo para brindarle una herramienta diferencial al estudiante uniandino.
Unos meses después, ahí estaba, devuelta en Uniandes. Ese semestre apoyé los cursos de (PD 1 y 2), con mucho esfuerzo y dedicación me fui construyendo la oportunidad para ser asistente graduado de esos dos cursos. Siempre he sentido que esos dos cursos son el espacio ideal para poder percibir que es realmente desarrollar un proyecto que pueda generar impacto. Tiene elementos que en ese momento no valoraba como lo hago hoy (el trabajo en equipo, la comunicación, la negociación y otra cantidad de herramientas que nos sirven para trabajar con personas). Antes que ingenieros somos personas, de nada sirve “ser un genio” o el mejor si no sabemos trabajar con ellas.
En ese punto las cosas comenzaron a cobrar sentido, me eligieron como asistente graduado, lo cual me permitiría financiar mis estudios. Los retos se comenzaron a multiplicar, era mediados del 2018, tenía que trabajar, estudiar la Maestría, estaba involucrado en el Programa de Liderazgo y otros proyectos. Tenía una carga mayor a la que me imaginé, siempre estaba ocupado, pero estaba feliz. En ese instante sentía que me podía comer al mundo y no había nada que me pudiera detener.
En el segundo año del Programa me desempeñé como director de éste. Ser el director fue todo un reto, tuve que aplicar los conocimientos aprendidos previamente y utilicé muchos de estos aprendizajes trabajando con los grupos de PD. Ya en ese instante tenía herramientas para trabajar en equipo (entendí que antes trabajaba en grupo, algo totalmente diferente) y por primera vez me sentí un líder. Este último año la carga se aumentó por múltiples razones, el Programa no sólo exigía un poco más de tiempo, la Maestría también, estaba involucrado en muchas cosas y me tocó aprender a decir NO.
Ahora, esos dos caminos que los veía distantes se juntaron, mi crecimiento personal y profesional ha sido increíble, pero es importante no descuidar la vida personal. En ese momento tomé una decisión que ha sido crucial y podría ser mi consejo para quien se haya tomado el tiempo de leer esta pequeña historia, le di prioridad a tener paz en mi vida. Esto no significa vivir sin retos, esto significa aprender a tener equilibrio entre lo personal y lo profesional. En mi caso este equilibrio tiene una mezcla de variables como el deporte, trabajar en lo que me apasiona y me reta, un grupo de personas cercanas que se han vuelto un pilar y el poder ver como este camino en el que estoy me llevará a cumplir mis sueños